lunes, 27 de agosto de 2012

Doña perfecta (por la cuenta que me trae)


Ahora mismo solo quiero imaginármela guapísima, inteligente, amable, simpática, sensible, con humor, solidaria, una diosa del sexo, y toda una lista interminable de virtudes que, todas juntas, solo encarnaría la mujer perfecta, ella, tal y como quiero pensar que es.

¿Por qué? Porque solo imaginándola así, puedo librarme del castigo al que estoy condenada por la voz de mi conciencia, librarme alegando que no puedo competir, en ninguna categoría, contra ella, que ya está todo perdido de entrada.

Sé que es una forma ridícula, cobarde e infantil, huir de esa manera de mis propios reproches cuando, sé de sobras, que son totalmente fundados y que me los merezco. Lo sé. Y me odio por ello, pero más me odiaré si me machaco pensando en que yo solita me he buscado todo esto.

Te dejé entrar en mi vida, hacerte un hueco e ir convirtiéndolo en un socavón. Sí, fui yo, la misma que, igual que te dejó hacer todo eso, se quedó embobada y no movió ficha.

Y ahora, después de haberte buscado yo sola este castigo (del que, yo sola también, pretendo huir), imagino lo que imagino para sentirme un poquito menos mal.

¿Soy tonta, verdad? ¿Eso estás pensando? También lo sé de sobras. Lo tengo claro desde el momento en que el miedo me pudo y me quedé bloqueada (por esa increíble fuera que ejerció el  temor i que me impidió “mover ficha”). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario