Ahora
mismo solo quiero imaginármela guapísima, inteligente, amable, simpática,
sensible, con humor, solidaria, una diosa del sexo, y toda una lista interminable
de virtudes que, todas juntas, solo encarnaría la mujer perfecta, ella, tal y
como quiero pensar que es.
¿Por
qué? Porque solo imaginándola así, puedo librarme del castigo al que estoy
condenada por la voz de mi conciencia, librarme alegando que no puedo competir,
en ninguna categoría, contra ella, que ya está todo perdido de entrada.
Sé que
es una forma ridícula, cobarde e infantil, huir de esa manera de mis propios
reproches cuando, sé de sobras, que son totalmente fundados y que me los
merezco. Lo sé. Y me odio por ello, pero más me odiaré si me machaco pensando
en que yo solita me he buscado todo esto.
Te dejé
entrar en mi vida, hacerte un hueco e ir convirtiéndolo en un socavón. Sí, fui
yo, la misma que, igual que te dejó hacer todo eso, se quedó embobada y no
movió ficha.
Y
ahora, después de haberte buscado yo sola este castigo (del que, yo sola
también, pretendo huir), imagino lo que imagino para sentirme un poquito menos
mal.
¿Soy
tonta, verdad? ¿Eso estás pensando? También lo sé de sobras. Lo tengo claro
desde el momento en que el miedo me pudo y me quedé bloqueada (por esa
increíble fuera que ejerció el temor i
que me impidió “mover ficha”).